martes, 23 de julio de 2019

¡CUIDADO! CON LA ENVIDIA EN LA FIRMA


Si alguien, por méritos propios, alcanza algún reconocimiento, de inmediato brincan miles de envidiosos que consideran injusta esa distinción. El argumento que se dan a sí mismos es muy sencillo; ellos son mejores, más inteligentes, más talentosos, más brillantes, y por lo tanto ese reconocimiento lo merecen ellos y no el otro. Sin embargo, no critican de frente ni compiten con franqueza y dignidad.

La envidia es un sentimiento que no conquista nada hacia fuera, que impide avanzar, compartir, gozar. Por eso, dicen que un colombiano es más inteligente que un japonés, pero, dos japoneses son más inteligentes que dos colombianos. Dos colombianos juntos, en lugar de hacer equipo, se dedicarán a pelear y de tratar que el otro no haga nada hasta que ambos terminen enterrados como cangrejos al fondo de un balde.

Había un pescador con un balde de cangrejos vivos en un rincón del puerto. Un extranjero se acercó y le advirtió que uno de los crustáceos estaba a punto de salirse del balde. El pescador, sin  levantar siguiera la mirada y continuando con su labor de doblar las redes, dijo: No hay problema, no pasa nada; pero se le pueden escapar, replicó el forastero sin entender la situación. Entonces el pescador se sonrió y explicó con una sonrisa en los labios: Son cangrejos colombianos, doctor. Si uno de ellos quiere salir del balde  y está ya al borde, los otros se encargan de regresarlo al fondo.

Cualquier campo de actividad donde haya competencia, o sea en todos, resulta siempre fértil para que germinen las malas hierbas de la envidia, una anti virtud  tan difundida en el mundo laboral que llega a constituirse en otra de nuestras culturas de lastre, por los efectos negativos que produce en la psiquis de quienes se dejan dominar por ella y pueden llegar hasta alienarse de la realidad.

Sin embargo, sobre este tema hemos concebido fábulas mucho más penetrantes aún,  como la del genio aquel que se le apareció a un colega nuestro y prometió concederle cualquier deseo, pero con la expresa advertencia de que, a su envidiado socio de auditoria, habría de darle justamente el doble de lo que él pidiese…Desconcertado el buen hombre del arte contable, imploró que le concediera la noche para consultar con la almohada tan irritante dilema y a la mañana siguiente, después de haber cavilado largamente sin poder conciliar el sueño, concretó al genio su pedido: “Por favor, ¡Sáqueme un ojo!”

Hay entidades como colaboradores que, dominados por los rencores y los odios que genera la envidia, sufren un proceso paralizante que contribuye a su estancamiento. ¿Pura coincidencia acaso?

Solo los no envidiosos, ¡Están en condiciones de progresar!  








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